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Cuando Dios creó al universo
él era mucho más grande
que todo lo creado.
Aunque había tantos mundos
y cada uno estaba lleno de seres y paisaje,
su universo no era ni un grano de arena,
ni la punta de esta uña.
Pero no todo ocurrió por su voluntad.
Creó cosas frías y calientes y,
sin proponérselo, generó vientos,
corrientes oceánicas.
Los peces viajaban, los barcos,
las personas se cubrían los ojos por la arena
y también viajaban.
Creó lo que tenía luz y lo que no la tenía,
pero sonrió sorprendido cuando vio
que la luz iba hacia la oscuridad
como un río va a llenar un pozo.
Y que algunos buscaban la luz
para ver lo que hacían
y otros la oscuridad para ver sus sueños,
desobedientes en su obediencia.
Nos puso un corazón para llevar
algo así como el vino o el fuego que tenemos,
y el aire,
que nos recorren hasta salir
tan impulsados como entraron.
Los corazones mismos son inquietos
y su movimiento se llama amor.
A veces dura y a veces no dura.
Si ambos viajan permanecen juntos,
si uno provoca que el otro se detenga deben separarse
pues todo en el mundo se mueve.
Es uno de los viajes más extraños que nacieron
de la voluntad de las obras de la voluntad de Dios.
Todo cambia
igual que en las escaleras mecánicas,
o como cuando repetimos una palabra
cien veces y se nos deshace en la boca.
Dios es mucho más grande
no distingue esos detalles
ni da todas las respuestas.
A eso lo llamamos misterio.
Miguel se pregunta: ¿qué debo hacer
para que el corazón de Julia se quede?
Augusto se pregunta cómo acercar
el corazón de Frida,
que es la misma pregunta de Anabella por Adrián.
Laura siente cómo se aleja de Daniel,
Todo podría haber sido perfecto
y quieto
pero Dios no creó a cada corazón en su lugar
o tal vez creó más de un lugar
para cada cosa,
o todavía observará con asombro
a su juguete.
Los corazones son viajeros
y hasta quienes decidieron permanecer
caminan.
Igual que un niño
divertido
en una escalera mecánica.
Luis sábado, 5 de abril de 2008/ viernes 5 de octubre de 2012